Inspirado por décadas de experiencia personal y profesional, el Dr. Mark Epstein ha explorado el vínculo entre la práctica de la psicoterapia y la meditación en la búsqueda de una mayor autoconsciencia y plenitud para sus pacientes. Durante la mayor parte de su carrera, el psicoterapeuta americano mantuvo sus creencias budistas en un segundo plano, como si estas no pudieran complementar su trabajo como psiquiatra. Pero con el paso del tiempo, decidió compartirlas, y para su sorpresa, sus pacientes comenzaron a interesarse cada vez más.

El resultado eran conversaciones fluidas y fascinantes que navegaban entre la psicología, las emociones y la espiritualidad y que ha plasmado en su nuevo libro, El zen de la terapia (Ed. El Hilo de Ariadna). En él aborda sus reflexiones, fruto de un año de sesiones terapéuticas, sobre cómo la terapia occidental puede convertirse en una meditación de a dos, y cómo la meditación (así como una buena terapia) puede ayudar a crear, “sosteniendo” la consciencia, las condiciones adecuadas para lograr más paz interior. 

"En mi primera meditación no sentí nada"

Estudió medicina en la prestigiosa Universidad de Harvard y enseguida afloró en él un interés especial por los secretos de la mente y el enigma de las emociones.

-Sostiene en su libro que su primer contacto con la meditación no fue lo que esperaba. ¿Qué sucedió para que empezara a valorar sus beneficios?
-Cuando intenté meditar por primera vez, tenía 18 años y estaba trabajando para el Dr. Herbert Benson, quien había documentado los beneficios de relajación de la meditación trascendental. Estaba esperando resultados inmediatos, paz y tranquilidad, pero no sentí nada. Al año siguiente, conocí la meditación meditación vipassana y aprendí que el propósito era tomar consciencia de mi cuerpo y mente sin aferrarme ni rechazar nada. ¡Eso fue muy difícil!  Pero a la vez me pareció muy coherente. El propósito no era simplemente relajarme, era conocerme. 

-¿Cómo empezó a practicar? ¿Qué tipo de meditación practica ahora?
-Conocí a los maestros Joseph Goldstein, Jack Kornfield, Sharon Salzberg y Ram Dass cuando tenía veinte años e hice cursos con ellos en los que me introdujeron en la meditación, mindfulness e insight (de discernimiento). Luego, en los años posteriores, asistí a varios retiros de silencio estructurados para profundizar la práctica al promover el mindfulness (conciencia plena) durante las actividades del día.

Meditación, autoconsciencia, curiosidad y apertura pueden ocurrir en cualquier momento. Sigo practicando de la misma forma hoy: meditación sentada durante el día, en retiros cuando puedo, y cultivo el esfuerzo de mantener la conciencia y atención mediante el trabajo y la vida cotidiana. 

-¿Hasta qué punto es valiosa la práctica de la meditación en el proceso terapéutico? Habla de los recuerdos, de que la meditación ayuda a vaciarnos la mente y a recordar detalles...
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La terapia es una suerte de meditación, y la meditación una suerte de terapia. Ambas son estrategias para observar la mente y explorar lo que queremos decir cuando hablamos del yo. La terapia, en la que dos personas se sientan juntas sin mucha noción de lo que sucederá entre ellas, requiere lo que a veces se describe como “la actitud analítica”.

“La actitud analítica” es el equivalente de una actitud meditativa. ¿Podemos quedarnos con lo que sea que se presenta, sin juzgarlo, sin llegar demasiado velozmente a ciertas conclusiones, sin buscar sacárnoslo de encima? Tanto la meditación como la terapia cultivan el discernimiento y el discernimiento es esencial para la sanación. A veces esto permite que ciertos recuerdos suban a la superficie y a veces permite que ciertos rencores viejos se disuelvan mediante el análisis, para así debilitar la fuerza con la que nos tienen agarrados.

"Nacemos conscientes de nuestra soledad"

-¿Cómo trabaja un terapeuta budista? ¿Qué diferencias existen con una terapia convencional? ¿Y qué beneficios ha encontrado todos estos años?

-Buddha enseñó que la mente despierta, lo que sea que es eso, ya está presente en todos nosotros. De una forma similar, Freud, el fundador del psicoanálisis, creía que el inconsciente, lo que sea que es eso, habita en nuestras profundidades. Ambos creían en hacer consciente lo que permanece durmiente en la psiquis. Freud pensó que lo máximo que podía lograr era ayudar a la gente a pasar de un estado de miseria neurótica a uno de infelicidad común. Buddha tenía un punto de vista más optimista.

Su optimismo, la sensación de que detrás del sufrimiento de una persona permanece su esencia despierta, es lo que un terapeuta budista podría traer a la mesa. Un terapeuta budista y un terapeuta convencional podrían trabajar de exactamente la misma forma, pero podrían comunicar mensajes muy diferentes. 

-Una de las primeras sesiones de su libro habla de la carga que se imponen los hijos cuando sus padres sufren. En ese caso, Jack era hijo de unos padres que habían vivido el Holocausto. ¿Cómo le ayudó el budismo a liberarse de esa carga y dolor que sentía?
-Jack nació en Estados Unidos después de que sus padres hubieran perdido a sus seres queridos en los campos de concentración. Siempre fue consciente del dolor de sus padres, pero nunca lo hablaron abiertamente y él, como niño, nunca pudo comprender del todo lo que ellos habían experimentado. Una brecha enorme los separaba. Jack siempre les quiso hacer sentir mejor y siempre sintió que fracasaba. “¿Me porté bien hoy?”, él les preguntaba. Como adulto, Jack se despertó un día para sanar y vino a verme para iniciar un proceso terapéutico. Un día tuve el instinto de darle la vuelta a las cosas. “No necesitas sanarte”, le sugerí. “Eres el sanador”. Imagina la alegría que él representaba para sus padres, un bebé nuevo en una tierra nueva después de sus pérdidas inimaginables. ¿Pudo este comentario mío liberarle de toda la carga y el dolor? No en un solo momento. Pero le dio otra forma de entender ciertas cosas y le resultó valioso. Ayudó.

-Ahonda mucho en la niñez, ¿sale alguien intacto de esta fase? 
-Nadie sale intacto. Nacemos en este mundo loco, seres diminutos, conscientes de nuestra soledad aun cuando estamos en un entorno de amor y cuidado. Los padres hacen lo mejor que pueden para guiarnos y protegernos, pero ni tan siquiera las familias más amorosas y cuidadosas pueden evitar los accidentes y dolores de la vida cotidiana. Esta es la primera verdad noble del Buddha: la vejez, la enfermedad, la muerte, la separación y la pérdida, estar cerca de gente que nos desagrada, esas son realidades insatisfactorias para todos nosotros.

Los sueños son una ventana al inconsciente

-¿Cómo entiende el budismo la infancia y la vida y cómo nos puede ayudar esta filosofía a trabajar un trauma?
-El budismo no habla mucho de la infancia; eso es algo que aporta la psicología. Pero una de las cosas que me ha ayudado a comprender la unión de las dos es que el estado mental que los padres descubren intuitivamente al lidiar con sus hijos, una actitud que nace del amor, guarda parecido con el que cultivamos en la meditación. Y aunque no podemos evitar experiencias traumáticas en la vida, aprender a aplicar este estado mental a las sensaciones traumáticas, al residuo traumático que procede de la infancia o de experiencias posteriores, es esencial para sentirnos mejor. 

-¿Qué importancia tienen los sueños en terapia?
-Los sueños son una ventana sobre el inconsciente, sobre el misterio de quiénes somos. Como nos enseñaron Freud y Jung, hablan un idioma propio, pero uno que podemos aprender a interpretar. Los sueños son otra forma de autorevelarnos y, en terapia, a veces abren una vía alternativa de comunicación entre el paciente y el terapeuta. Podemos decir cosas en los sueños que no nos animaríamos a expresar en la vida despierta.